martes, 18 de junio de 2013

El árbol se tiñó de rojo

 Fotografía por: Jeslin Valbuena/Lugar: Barinas
El sol es el mismo sol de hace ocho años atrás, pero la sabana y los árboles parecen haber desaparecido. Hay más casas de lo que recordaba, más asfalto y más tráfico. Casi puedo ver el cadáver de los samanes que veían caer el sol todos los días y que ahora en su lugar se levantan casas y edificios.


El camino sigue teniendo las mismas curvas, el mismo puente, pero el río ya no parece ser tan grande y refrescante como antes. Volteo y ya no es mi abuelo quien maneja la camioneta, es mi primo. Vamos hacia la finca y el viento que roza mi cara y juega con mi cabello, ya no traer el mismo aroma. Tengo una extraña sensación, no sé cómo describirla, quizás un gran vacío. 


Abrir la puerta, poner un pie sobre la tierra, respirar profundo y aguantar el llanto. Sé que ya no es lo mismo, eso lo sé. Pero no puedo evitar los recuerdos que llegan como flashes a mi cabeza; mi abuelo alzándome en sus hombros, mis manos intentando alcanzar las ramas de los árboles, el galopar de los caballos que me decía que los jinetes ya volvían de recorrer el campo y que el día ya estaba por terminarse. 


Mi primo me mira y sé que él también siente lo mismo. Seguimos caminando y creo que nunca había sentido tanto la ausencia de mi abuelo como en ese momento. En este lugar está su alma, está su risa y sus bondadosos ojos azules. Nos detenemos frente al árbol, el gran árbol de nísperos que escalé un millón de veces, donde mi abuelo nos contruyó la casita de madera, de la cual ya solo quedan algunas tablas. Me sorprende lo frondoso y grande que sigue siendo, aunque sus frutos ya no sean los mismos. Su tronco está lleno de grafitis dedicados a una tal Heliana. 


No soporto un minuto más y rompo a llorar. Demasiados recuerdos, demasiadas sensaciones y un gran vacío. No sé por qué vinimos aquí en primer lugar. El árbol me hace recordar los mejores días de mi infancia, me agacho y cierro los ojos. Entonces recordé aquel sueño que tuve unas cuantas noches atrás, donde encontraba a mi madre llena de sangre bajo un gran árbol, estaba asustada, solo deseaba que no fuera tarde y sentí tanto miedo, miedo de perderla, perder a la única persona que sabe quién soy.


Desperté y me di cuenta que le tenía miedo a la muerte. Pero no a mi muerte, sino a la de mis seres queridos. El tiempo parece pasar más rápido a medida que envejecemos, el sol parece ser el mismo, pero ahora nosotros somos distintos.

Historia escrita por: Jeslin Valbuena Issa.